martes, 2 de octubre de 2012

Tolerancia


Dicen los ateos que la gente con religión puede creer que es feliz pero no es libre. 

Dicen los ateos que a la gente con religión le falta pensar y después decidir si es razonable adorar a un Dios. 

Yo digo que al decir eso, unos y otros exponen su ignorancia. 

Es verdad que los fanáticos no son libres, pero hay tantos fanáticos en las religiones como fuera de ellas. En las teocracias como en las dictaduras los moderados son considerados peligrosos, se les persigue y apresa. 

Y están ansiosos por atar las mentes de los demás para vivir en un cómo mundo que sea la extensión de sus torcidas vidas. Los ateos fanáticos, como los fanáticos religiosos tienen sus mentes atadas por la ignorancia. 

No hay inteligencia en el fanatismo. Creer que todas las respuestas están en un libro, sea éste La Bliblia, El Corán, El Capital, o los Pensamientos de Mao Tse Tung, es lo mismo que creer que las respuestas a todas las cuestiones humanas están en el Petit Larousse,  Álgebra de Baldor o los siete volúmenes de Harry Potter. Hasta en las primeras páginas de El Código Da Vinci se asegura que todo lo ahí escrito es cierto, pero sólo hay que tomar un libro de arte renacentista para descubrir que eso es mentira. 

Hay personas que tienen una Fe llena de saber, de conocimiento y de reflexión racional. 

Hay ateos que piensan que su ateísmo es una prueba de su inteligencia, como hay religiosos que creen que sus vidas son ejemplos de moral. Hay tantos ateos ignorantes como religiosos ilustrados. 

Así que ni el ateísmo es prueba de inteligencia ni la religión de ignorancia. 

Dicen los creyentes (católicos, evangélicos, musulmanes, etc.) que los ateos creen que son libres, pero sin la certeza de lo sobrenatural no pueden ser felices. 

Dicen la gente religiosa que el Dios de los ateos es el racionalismo, el materialismo o el dinero. 

Pero conozco una historia que se cuenta en el Opus Dei: Cada persona que  llega a la puerta del Cielo lleva una Biblia y un billete. Antes de cruzar San Pedro les solicita que elijan entre el billete o la Biblia. Quienes elijen la Biblia entran al Cielo y quienes prefieren el billete van al Infierno. Pero las personas del Opus Dei, afirman, meten el billete dentro de la Biblia y pueden entrar al Cielo. 

La Obra no habla por todos los cristianos, pero es una muestra de que No todo en el cristianismo es espiritualidad. Hay orgullo y vanidad en la sesuda teología, en los honores y las procesiones.

Sin embargo, por cada creyente materialista hay por lo menos otro espiritual: los hospitales, las escuelas públicas y los hospicios fueron creaciones de los cristianos en la misma época que cazaban brujas. Por cada ateo estúpido hay también otro lúcido: las bibliotecas públicas, los museos modernos y los derechos humanos fueron concebidos por ateos en la misma época que llevaban a sus rivales políticos a la guillotina. 

Tampoco es verdad que todos los ateos sean racionales. Stalin, Mao, Castro y sus seguidores, pueden mostrar cuan irracionales e inhumanos pueden ser los ateos. 

Los ateos no carecen de fe, pero muchas veces no la depositan en la razón  el deber, o la moral o en la inteligencia, sino en alguna ideología o movimiento social; eso ha hecho posible el culto a personas como Stalin, Hitler, Napoleón, Perón, Chávez... 

El culto a la personalidad también es un opio, un opio que facilita la comisión de atrocidades. A veces los ateos cambian a los dioses por sus fantasías favoritas y otras los reemplazan por tiranos. 

También los creyentes han apoyado a los tiranos:  Franco, Pinochet, Jomeini y varios más obraron libre e impunemente porque con una mano asesinaban gente y con la otra defendían a una jerarquía religiosa que afirmaba defender la fe.

Como si "tener la razón" alguna vez hubiera servido para algo. Stalin mató a millones de soviéticos sólo para demostrar  que tenía razón; el Santo Oficio mató y torturó a miles amparado en su posesión de la verdad. 

Unos y otros escriben la lista de sus mártires, recuerdan los agravios ajenos y olvidan los propios. Unos y otros se empeñan, se obsesionan en tener la razón. 


Creer la verdad o creer tenerla sólo el principio de alguna mounstrosidad. Tener el poco cerebro para cobrar agravios tan viejos quienes los cometieron ya murieron es el principio de la montruosidad siguiente. 


Hay grandeza y oscuridad en el pasado de unos y de otros. Hay esperanza en ambos, si aceptan que ninguno tiene las manos limpias, que ninguno es más, ni menos  victima o victimario que el otro. 

En cualquier caso, religiosos y ateos ya no tratan de convencer, sino de vencer, empeñados en que  es el otro quien se equivoca. Los ateos tachan de ignorantes a los religiosos, los religiosos acusan de inmorales, los ateos señalan la doble moral de quien da mas importancia a las reglas que a los valores, los religiosos invocan la revelación divina, los ateos hablan de locura, los religiosos amenazan con el Infierno.

Se dice que de religión y de política es mejor no hablar... la realidad es que por no hablar, el mundo está dividido.

El odio no es poca cosa. El odio es el origen de los excesos. En España, los republicanos cometieron excesos y asesinaron curas, los franquistas cometieron excesos y asesinaron mujeres y niños. En México los cristeros saquearon poblaciones y los federales saquearon templos. El régimen soviético exterminó a los cosacos y los ucranianos, el régimen chino exterminó a religiosos e intelectuales; la Iglesia medieval asesinó a paganos, mujeres y pensadores; Pinochet y Videla asesinaron a estudiantes y sindicalistas, Castró y Guevara mataron a sus críticos, Hitler y Musolini también. ¿Y? ¿La idea es que esto no termine? 



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