miércoles, 14 de diciembre de 2011

En defensa de la Fe

La fe es confianza. Quien tiene fe en un amigo confía en su promesa; quien tiene fe en un enunciado racional confía en que la lógica o la experimentación demostrarán la veracidad del enunciado; quien tiene fe en un dios confía en que ese dios existe; quien tiene fe en una ideología confía en que esa ideología resolverá uno o todos los problemas del mundo; quien tiene fe en el Estado confía en que sin él se desataría el caos y la autodestrucción de la humanidad.

La fe otorga autoridad al destinatario de ella:
Un amigo que goza de fe posee una autoridad moral, probablemente construida a través de experiencias previas en las que ha mostrado que es confiable, valiente, honesto o todo junto.
Un enunciado científico que puede gozar de fe es aquél construido por un científico prestigiado (que posee su propia autoridad, ganada con esmero) o respaldado por una institución académica que vigila el cuidado, responsabilidad y objetividad con el que ese enunciado fue forjado.
Un dios que goza de fe es aquél del que razonablemente se puede demostrar, por lo menos, su no inexistencia; hay dioses a los que además se atribuyen mensajes, prodigios y señales, de manera que quienes creen en la veracidad de esas señales pueden reforzar su fe en ese dios.
Una ideología que goza de fe está apuntalada por un conjunto de enunciados racionales, que dan viabilidad, al menos teórica a sus postilados, promesas y predicciones.
Un Estado que goza de fe es aquél que provee de un mínimo de bienestar, seguridad o al menos tranquilidad a la mayoría de los habitantes que lo obedecen y respetan sus leyes.

El mayor peligro para la fe, en cualquiera de sus formas, no se encuentra en sus adversarios, sino en sus destinatarios: un amigo que abusa de la confianza en él depositada; un enunciado científico perderá credibilidad si se demuestra que fue elaborado mediante sofismas, muestras manipuladas o postulados erróneos... o si quien lo formula utiliza como forma de demostración un argumento falaz y, por lo tanto, abusa de la confianza depositada en él por la comunidad científica a la cual pertenece. La fe en una ideología puede ser dañada y hasta destruida si en su nombre se cometen abusos. Esos mismos abusos pueden resquebrajar la fe en un Estado y puede ser destruida por ineficiencia o corrupción de quienes lo administran. A su vez, la corrupción, el abuso o los actos malvados cometidos en nombre de dios pueden acabar con la fe en ese mismo dios, aún cuando esos actos no los haya ordenado o metido él, sino sus ministros. Así que la fe, en cualquiera de sus formas, puede ser destruida por el abuso de la autoridad que emana de ella.

Alrededor de la fe a veces hay dogmas, pero la autoridad del dogma emana de la autoridad de la fe, pues el dogma carece de autoridad propia; para decirlo de manera directa, los dogmas se alimentan de la fe, a expensas de la fe y es poco lo que le dan a cambio.  El dogma a veces busca probar la fe, pero muchas veces, también, la pone a prueba. Es dogma que un amigo no deja a otro emborracharse solo, pero poner a prueba ese dogma es poner a prueba la amistad. Es dogma que la ciencia tiene respuestas para todo, pero buscar esas respuestas y no encontrarlas, porque la ciencia es obra humana y no divina, pone a prueba la eficacia y hasta el sentido de la ciencia. Es dogma que todas las personas deben tener una ideología, pero quienes lo sostienen pretenden que esa ideología universal sea la suya propia y eso desacredita la universalidad misma de la ideología. Es dogma que los sacerdotes son intérpretes y ministros de los dioses, pero los dioses, como el sol y el viento que emanan de ellos, son para todos. Si creemos en el Dios único y universal, es dogma afirmar que su voluntad no está plasmada en sus obras (la naturaleza, los humanos, el reino espiritual) sino en las obras de sus ministros. Es dogma que el Estado y sus intereses están por encima de las personas y ello es síntoma de un Estado que ya ha sido roído por las ratas en sus entrañas; los estados decentes y honestos existen para la gente, para la humanidad, para la libertad.

Creer en los dogmas es una decisión personal: un amigo no puede obligar a otro a embriagarse contra su voluntad; un científico que convierte la ciencia en ideología termina por convertirse en sacerdote (hola Freud) o peor aún, termina deificado (hola Marx) y con ello se aniquila el saber o la parte de verdadero saber que hubo en su trabajo cuando fue honesto. Una fe que pierde a Dios en un laberinto de sofismas teológicos o complejas reglas religiosas pierde a Dios en ese laberinto de burocracia teísta.

Identificados los enemigos de la fe, descubriremos que la fe es algo bueno. La fe es esperanza en la amistad y por lo tanto en la humanidad. La fe es confianza en el saber honesto y por lo tanto en el progreso responsable. La fe es apoyo a un gobierno honesto, a un ideólogo razonable, a una religión responsable. La fe en Dios o en los dioses puede ser algo muy positivo, generoso y racional, cuando el destinatario de esa fe también lo es.

La fe que exige pruebas a las otras fes no es fe, es vanidad; la fe que exige obediencia no es fe, es ambición; la fe que demanda sacrificios es negocio. Si la fe necesita tribunales, policías secretas, gulags, o inquisiciones,esa fe ha sido asaltada, ocupada y gobernada por sus propios enemigos.

La fe es pura como la esperanza,  generosa como la caridad, serena como el pensamiento. Quien combate contra otra fe en nombre de la suya puede ser un fanático, pero quien con sus actos destruye su propia fe es malvado.


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