viernes, 28 de octubre de 2011

Cómo elegir a un candidato

Comenzó la temporada de candidaturas. Las personas que desean ser tomadas en cuenta ya hacen movimientos, invitaciones y eventos para destacar y ser tenidos en cuenta por los líderes de sus partidos. Pero la elección de candidatos no es un asunto que deba interesar sólo a las élites de los partidos... de la misma forma que elegir a un buen jefe o a un buen director no es un asunto que importe sólo al dueño de la empresa... al final el público (los consumidores o los ciudadanos) vivirán las consecuencias de esa decisión y juzgarán si fue, o no, un acierto. 


Cómo se ejerce el poder es algo que debe interesarnos a todos, porque sufrimos, gozamos, padecemos o confiamos en las decisiones y la voluntad e quienes tienen poder. En las democracias nosotros damos el poder y ese poder se transforma en acciones que nos afectan a todos. La teoría política tradicional asume (o presume) que las decisiones de gobierno son esencialmente racionales; pero algunas corrientes más realistas (como la teoría de juegos) admiten que independientemente del grado de responsabilidad que tengan las personas, sus decisiones responden a una diversidad de racionalidades que no siempre son las de la lógica o el derecho. 


¿Cómo es esto posible? Bien, es así porque hay otras formas de racionalidad a las que toda persona responde, las cuales incluyen nociones personales sobre el deber, el honor, la fe, la decencia, el afecto y la necesidad de sentirse queridos  entre otras. De esta forma, una decisión puede ser estrictamente jurídica aunque no resulte justa o económicamente viable, mientras que otra decisión puede ser honorable o fiel a una norma religiosa, aunque al mismo tiempo resulte contraria al derecho o al orden público, por eso hay tanta controversia sobre las decisiones de los gobernantes, que son presionados por múltiples frentes que incluyen a su partido político, sus amigos, las personas que patrocinaron su campaña, sus referentes religiosos o académicos, sus adversarios políticos, la prensa, etc. 


Es imposible controlar qué factores serán determinantes para tomar cada decisión, pero eso no significa que seguir a un líder o votar por un candidato tenga que ser un salto al vacío: lo que sí podemos conocer es el historial, las relaciones, las camarillas y la experiencia previa sobre el desempeño de una persona. ¿El candidato fue un legislador irresponsable? No podemos esperar que cambie si lo hacemos gobernador o presidente. ¿El aspirante a dirigir la empresa tiene problemas con las drogas o acosa a sus compañeras? No esperemos que se rehabilite al obtener más responsabilidades. Una cita de Carlos Alberto Libiano C. lo ilustra con claridad: 


"Dele a una persona una tajada de poder y sabrá quién es esa persona de hecho. El poder, al contrario de lo que se dice, no cambia a las personas: hace que se revelen. Es como el artista a quien faltaban pincel, tintas y tela, o el asesino que, finalmente, dispone de arma. El poder sube a la cabeza cuando ya se encontraba destilado, en reposo, en el corazón. Como el alcohol, embriaga y, a veces, hace delirar, excita la agresividad, derrumba escrúpulos. Una vez investida de la función o cargo, título o prebenda, la persona se cree superior y no admite que subalternos contraríen su voluntad, sus opiniones, sus ideas y sus caprichos".


Así pues, piense cada quien en sus defectos y sus vicios, esos que prefiere no confesar y eso es lo que sería si tuviera poder; si estuviera en el lugar de su jefe o fuera el Alcalde. Al mismo tiempo, eso que es más criticable en nuestro político de confianza (o de desconfianza), en el Director de la empresa o el dirigente (político, religioso, moral, económico) de cualquier comunidad es lo que esa persona ya tenía dentro y se manifestó sin recelo al obtener poder. Si lo que se manifestó es bueno, hay ahí una persona noble; pero si lo que se manifestó es nocivo, darle más poder únicamente lo empeorará.




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