Otro dato interesante es que en promedio cada mexicano lee 2.9 libros cada año. Los jóvenes de 18 a 22 años (es decir, los que están en edad de estudiar bachillerato y carreras universitarias) leen 4.2 libros y las personas con estudios universitarios concluidos leen 5.1 libros en promedio cada año.

Pero ese 56 por ciento no es la única cifra utópica. Cuando el INEGI afirma que más de 92 por ciento de los mexicanos sabe leer, lo hace a partir de otra encuesta (el censo) en la que simplemente se aceptó de buena fe la respuesta que dieron los entrevistados, pero no basa esta información en una prueba real de lectura.
Si una inmensa mayoría leyera el Libro Vaquero, la Guía telefónica o el instructivo del televisor ya estaríamos en un país lleno de esperanza, pero no es así: la Guía telefónica ha caído en una franca decadencia ahora que los teléfonos pueden almacenar números y lo primero que hace una persona cuando compra un televisor, una licuadora o un automóvil es tirar el manual; cuando haya alguna duda sobre el manejo del parato saben que pueden preguntarle al hijo, primo o sobrino friki, que sabrá hallar una copia del manual en Internet porque el original se fue a la basura.
Pero los manuales no es lo único que se tira en este país: las señales de tránsito y las placas con los nombres de las calles son avisos que en algunas colonias duran muy poco en su lugar y terminan pronto en los montones de fierro para vender al reciclaje. Hace un par de días pregunté a un mecánico como llegar aun pueblo, él me respondió que no lo conocía, pero un camionero que estaba ahí le dijo "¿cómo que no sabes, si tú vives ahí?" si a estas personas no les importa saber en dónde viven, menos les puede importar saber leer.
La primera vez que vi por televisión un informe de gobierno del Presidente quedé bastante indignado. tenía unos ocho o nueve años y escuchaba al presidente decir que se habían fabricado millones de bancas, miles de aulas, que se habían repartido millones de libros y que cada año se graduaban decenas de millones de niños de las primarias y secundarias públicas. Yo conocía esas aulas, esas bancas y tenía a esos graduados por compañeros, así que puede ver por vez primera y con crudeza a un político mentir.
Recuerdo que los libros de la primaria tenían ejercicios de lectura de comprensión, pero recuerdo también que hubo grados en los que los libros no fueron tocados. En alguna escuela el profesor nos entregó los libros para forrarlos con plástico y luego los guardó en un desván del que no volvieron a salir.
Un día le pregunté a la maestra por qué fulano y mengano habían aprobado el curso (yo sabía que no eran capaces de sumar 1+1) y ella me respondió que sólo reprobaban los aumnos cuando iban verdaderamente mal; las escuelas preferían sacarlos lo antes posible para 1. ahorrarse el seguir pagándoles al educación y 2. reportarlos como casos exitosos del sistema educativo. Cuando cursaba el quinto año separaron a todos los que habían reprobado en dos tres o cuatro ocasiones el mismo grado y los pasaron automáticamente a la secundaria; esos eran los éxitos del sistema educativo: no adelantaban los mejores sino los peores. No podía extrañarme que reportaran como niños que sabían leer a los que no sabían, que los dejaran entrar a los grados superiores y luego la secundaria aunque no supieran leer, porque lo impiortante era reportar los éxitos, avances y el desarrollo nacional (que ese año había elecciones).
No dudo que el gobierno, la Secretaría de Educación Pública, la Comisión Nacional de Libros de texto Gratuitos y los autores, diseñadores, formadores, dibujantes y editores de todos aquellos libros hicieron un esfuerzo sincero y decidido... es más, estoy seguro de que lo hicieron y esto es lo peor: algo en el sistema impidió (e impide todavía) que todo ese esfuerzo se convierta en resultados. Los pusieron a trabajar, desarrollaron los materiales, imprimieron y todo ese esfuerzo y dinero se desvanecieron.

Mientras eso no ocurra, afirmar que más del 90 por ciento de los mexicanos sabe leer o que la mitad de ellos lee, es lo mismo que creer mentiras. El problema es que muchas veces hasta los gobernantes ceen esas mentiras peorque ni ellos, ni sus familias itilizan los servicios de los hospitales, bodegas, tiendas, escuelas y libros que produce el gobierno. ¿Como pueden saber realmente como va el gobierno si ellos mismos jamás utilizan sus servicios, comenzando por los educativos?
Que las personas mientan en una encuesta no es algo raro: los encuestadores lo saben y con frecuencia incluyen elementos de control o preguntan los mismo en más de una ocasión mediante reactivos diferentes a fin de identificar a estos entrevistados. Lo común es que al momento de ser encuestadas las personas aseguren que son más tolerantes y cultas, menos borrachas, más afortunadas en el amor y menos habituadas a tirar basura o evadir impuestos. Como dice Guillermo Sheridan, a los encuestados esos 2.4 libros al año les deben parecer una barbaridad, una señal de distinción y un signo innegable de su elevada formación cultural.
Primero propongo que se haga un estudio nacional en el que no sólo se pregunte a los mexicanos si saben leer, sino que se les pida que lean, por ejemplo, la primera página de Platero y Yo (con suerte hasta les da curiosidad por conocer lo que sigue) o si nos ponemos nacionalistas y buscamos la perfección podrían leer algo de Juan José Arreola... es más, si hay prisa bastaría con el cuento más famoso de Augusto Monterroso (sería un ejercicio de lectura de comprensión, con una vertiente psicológica).
Lo tercero es ponernos a todos a practicar la lectura, una buena opción sería hacer un día a la semana o una semana al mes, de televisión muda: quitar el audio a los diálogos de las telenovelas, programas de concurso, noticias dela farándula y revistas matutinas para dejarlos sólo con subtitulos; de esta manera su público fiel estará obligado a leer algo y sino les gusta dedicarán su tiempo a otra cosa, por ejemplo, leer el manual de la propia televisión, la información de la caja del cereal o los ingredientes del shampoo. Por algo se empieza.
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