miércoles, 23 de noviembre de 2011

Una educación sin odio

La tolerancia es un paso necesario, pero insuficiente para vivir en paz. La paz es necesaria para crecer, para progresar, para prosperar. Una sociedad sin paz es una sociedad con un presente tormentoso y un futuro dudoso... no importa cómo haya sido su pasado, aunque la falta de paz presente generalmente proviene de heridas pasadas que no se curan porque no se perdonan. Es cierto que el perdón no revive a los muertos, pero el rencor menos; de hecho el rencor sólo genera más muertes, más dolor y nuevos rencores. ¿A qué viene todo esto?

México es un país lleno de rencores. Desde la primaria nos enseñan a odiar a los españoles "que vinieron a matar indígenas" y contagiarles viruela para "quitarles su oro". También nos enseñan a desconfiar de los extranjeros y en especial los norteamericanos porque ellos "nos arrebataron la mitad de nuestro territorio"; Ya en secundaria nos enseñan a odiar a los extranjeros en general bajo el argumento de que "quieren nuestro petróleo" y no es raro que en preparatoria se nos enseñe a odiar a las religiones porque son "el opio de los pueblos"; bueno, todos esos odios los enseñan en las escuelas públicas y cualquiera que haya asistido a una puede confirmarlo...

La verdad es que un puñado de españoles pudo vencer a los aztecas porque les ayudaron todos los enemigos que los aztecas se echaron encima y no por traidores, sino para liberarse de un reino déspota que cazaba humanos y tiranizaba a todos sus vecinos. La siguiente verdad es que los norteamericanos pudieron ganarle la guerra a México porque encontraron un país dividido, en el que los mexicanos estaban más dedicados a pelear y matarse entre ellos que en defenderse de los invasores. Ese territorio, rico en petróleo, oro y fértiles tierras de cultivo, está mejor en manos de quienes saben convertir los recurso en riqueza y no en ganancias y privilegios para partidos, sindicatos y mafias; por eso las tierras de la alta California siguen fértiles mientras en también fértil bajío se convierte en un desierto; por eso el oro de california se convirtió en leyenda, pero el de las minas mexicanas se convirtió en parrandas; por eso el petróleo texano aún se vende a México mientras el más abundante petróleo del Golfo se fue en burocracia, propaganda y gastos suntuarios. Y no faltará quien me acuse de traidor y neoliberal por escribir eso, lo cual sólo demostrará lo eficaz que es nuestro sistema educativo para enseñar teorías conspirativas en lugar de enseñar matemáticas o... a leer, pero ejemplo.

Pero la educación privada también difunde sus mitos y sus odios; por ejemplo, enseñan que lo mejor que trajeron los españoles fue la religión; no la numeración arábiga, el uso práctico de la rueda o la fundición del hierrro; no señores, la religión. También enseñan que Juárez desamortizó los bienes del clero porque era un masón y un malvado, no porque esos bienes fueran tierras y propiedades inactivas y por lo tanto improductivas. Enseñan, además, que toda ley que se opone a los intereses de los privilegiados o de la iglesia no obedece a razones de ingeniería social, cálculo económico o interés público, sino a simple y pura maldad mezclada con masonería. Enseñan también a hablar inglés, o al menos eso le prometes a los padres que pagan la cuota, pero de geografía, física, biología o historia no enseñan gran cosa. Cualquiera que vea los resultados de la prueba Enlace puede ver si miento o digo la verdad.

El problema es que en general tenemos un sistema educativo público y privado que pierde horas valiosas enseñando a odiar y no a crear, conocer o compartir. Pedir que enseñen a perdonar ya es demasiado.
Sin embargo, es necesario. Crecemos con la cabeza llena de teorías conspirativas y aún los buenos profesores, los que no pierden el tiempo con esas tonterías deben dedicar una parte de su tiempo a corregir, argumentar, explicar, documentar la realidad: que ni todos los masones son políticos ni todos los políticos son masones; que los judíos no se quieren apoderar del país; que a lso norteamericanos no les interesa adueñarse de un territorio que ya fue devastado y squeado por sus propios pobladores; que no hay una conspiración mundial para esterilizar al apoblación mexicana; que tampoco hay una conspiración comunista, ni gay... lo increíble es llegar a la Universidad y ver que ahí en cada semestre me tocaban uno o dos maestros que dedicaban sus horas clase a ignorar el plan de estudios y enseñar teorías conspiorativas, a remover heridas y apromover el odio.  Lo bueno es que en cada semestre hubo también uno o dos maestros dedicados a corregir eso y uno o dos que simplemente cumplian con e plan, enseñaban lo que debían enseñar y hacían de nosotros personas realmente preparadas para desarrollarnos profesionalmente.

Pero el daño está hecho. Los taxistas hablan de territorios en venta (o ya vendidos), los estudiantes aseguran que las universidades erán privatizadas y hasta conocía una abogada que aseguraba que ya había comenzado al aentrega del país a los extranjeros (los extranjeros son las personas que viven en extranjerolandia). Paranoias, conspiraciones y odios por todos lados.

De manera que, si queremos un país en el que la gente sepa tolerar un poco más, perdonar, y dialogar; en el que además, los niños salgan de la primaria con más horas dedicadas a la lectura, las multiplicaciones y la suma de fracciones; en lugar de estupideces sobre odiar a los españoles de hoy por lo que hicieron los de hace quinientos años, lo primero que hay que hacer es dejar de enseñarles a odiar.

¿Porque es tan importante eso?

Simple: sólo hay que salir a la calle y mirar como nadie se cede el paso; como los peatones ven a los automovilistas que no frenan para darles el paso aunque el semáforo este en verde y cómo hay automovilistas que ven a los peatones como unos jodidos aunque ellos mismos estén pagando el coche a cinco años. Hay que ver como en la fila del supermercado el que lleva nos odia al que no los lleva y viceversa. Cómo el que vive en el centro odia al que vive en las orillas, el obrero odia al profesionista y el profesionista al cura; el cura odia al maestro y el maestro al alumno, qiuen a su vez también odia al maestro. Hay odio de clase, odio racial, odio de género, de medio de transporte, de religión y hasta de temas tan intrascendentes como los equipos de futbol (¿la violencia deportiva les hace sentirse ingleses o argentinos?)

Con tanto odio es relativamente sencillo que nadie se solidarice con quien muere en plena calle de un infarto (lo he visto) ni con la anciana que va de pie en el transporte público. Tampoco es extraño que el trabajador crea que su patrón le explota sin preguntarse las deudas o presiones que su patrón debe soportar para evitar la quiebra, mienstras que el asuma, sin saber y sin reflexionar o averiguar, que sus trabajadores le roban. Un país con tanto odio resulta propicio para que el ladrón no sienta que le quita el pan a un trabajador, sino que hace un acto de justicia, el asesino sienta que no comete un crimen, sino un acto de supervivencia y el funcionario corrupto sienta que está cobrando lo que la institción o la patria misma le deben y no le pagaran de otra manera.

En resumen, un país en el que se siembra odio en lso niños es un  país que odio cosecha. Y lo seguirá cosechando mientras no cambie de película, o de telenovela, o mejor apague la televisión y deje de añorar el país de sus abuelos para comenzar a constrirlo él mismo, perdonando al que le arroja el auto, al peatón que se atravieza son mirar... pero sin perdonarse a sí mismo; simn perdonarse esperar alos hijos en segunda fila, sin perdonarse por imprimir la tarea d elso hijos en el trabajo y sin perdonarse por robar el agua o la luz eléctrrica.

Y tal vez, ya puestos a odiar menos, aprendamos a perdonar más los errores ajenos y aprender de los propios. a desconfiar menos y a ser nosotros mismos más confiables; con un poco de confianza se ahorrarían las toneladas de papel que cuesta hacer todo por triplicado, con firma autógrafa y certificado ante notario. ¿Cuanto cuesta hacer en doce trámites lo que podría hacerse en dos o en tres? ¿Cuanto ahoraríamos si los partidos dejaran de querer sentirse más listos? ¿Si los conductores pretendieran ser menos liststo que los otros?

¿Cuánto eleva el precio de todo el ser tan desconfiados, tan poco confiables? ¡cuanto cuesta odiar, si lo convertimos en tiempo, en horas, en dinero, en energía?

¿Cuanto nos costó hoy mismo, esta tarde el odio y la desconfianza? ¿Proponer el perdón y l ainteligencia es sólo una idea bonita o tendría consecuencias prácticas?

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