El diccionario de la Real Academia de la Lengua define así la moral:
1. adj. Perteneciente o relativo a las acciones o caracteres de las personas, desde el punto de vista de la bondad o malicia.
(...)
3. adj. Que no concierne al orden jurídico, sino al fuero interno o al respeto humano. Aunque el pago no era exigible, tenía obligación moral de hacerlo
4. f. Ciencia que trata del bien en general, y de las acciones humanas en orden a su bondad o malicia.
Las definiciones de diccionario suelen ayudar pero no resolver. Es verdad que la moral estudia el comportamiento de las personas a partir de medidas de bondad o malicia, pero ese estudio está lejos de zanjar la discusión acerca de la diferencia entre las intenciones y las consecuencias, pues las consecuencias no siempre se corresponden con las intenciones de una acción: un acto malintencionado puede tener consecuencias buenas y un acto bienintencionado puede tener consecuencias funestas. De estas caóticas posibilidades derivan un par de refranes: "no hagas cosas buenas que parezcan malas" y "el camino al infierno está pavimentado con buenas intenciones".
1. adj. Perteneciente o relativo a las acciones o caracteres de las personas, desde el punto de vista de la bondad o malicia.
(...)
3. adj. Que no concierne al orden jurídico, sino al fuero interno o al respeto humano. Aunque el pago no era exigible, tenía obligación moral de hacerlo
4. f. Ciencia que trata del bien en general, y de las acciones humanas en orden a su bondad o malicia.
En cuanto al moralismo, ofrece la siguiente definición:
1. m. Exaltación y defensa de los valores morales.
1. m. Exaltación y defensa de los valores morales.
Las definiciones de diccionario suelen ayudar pero no resolver. Es verdad que la moral estudia el comportamiento de las personas a partir de medidas de bondad o malicia, pero ese estudio está lejos de zanjar la discusión acerca de la diferencia entre las intenciones y las consecuencias, pues las consecuencias no siempre se corresponden con las intenciones de una acción: un acto malintencionado puede tener consecuencias buenas y un acto bienintencionado puede tener consecuencias funestas. De estas caóticas posibilidades derivan un par de refranes: "no hagas cosas buenas que parezcan malas" y "el camino al infierno está pavimentado con buenas intenciones".
La moral como estudio del comportamiento humano comprende estas posibilidades y las analiza de manera racional; lo que es más interesante, se esfuerza por distinguir entre la evolución de los valores y el relativismo moral: para las personas del siglo XXI es inmoral que no se permita a una mujer estudiar y tener una carrera profesional, mientras que para las personas del siglo XIX se consideraba inmoral que una mujer estudiara y pretendiera hacer algo distinto a ser monja o criar una familia.
El ejemplo anterior puede ayudar a distinguir la moral del moralismo: la moral dicta que una mujer de manera personal y libre puede elegir entre dedicarse a criar una familia, hacer un doctorado en biología molecular, meterse de monja, convertirse en acompañante de lujo, optar por el celibato o combinar algunas de las anteriores, por ejemplo, criar un par de hijos e impartir clases de biología molecular, casarse sin tener hijos, tener hijos sin casarse o cuidar muchos niños en un orfanato, como monja. El moralismo pretende elegir lo mejor para todas las mujeres, ya sea que ellas están o no de acuerdo.
La evolución no está en lo que puede hacer una mujer de su vida, sino en que se le reconoce el derecho de elegir. Es relativo que elija ser ama de casa o profesionista (de hecho puede ser ambas cosas) pero no lo es la libertad de su elección.
Es moral que una mujer pueda decidir su vida libremente pero, repito, es moralismo pretender elegir por ellas, por ejemplo, pretender que si una mujer no desea tener pareja deba meterse de monja, obligarle a contraer matrimonio y evitar que tenga estudios profesionales o pretender que no tenga uno, dos o tres hijos, sino once o doce.... como también es moralismo negar el derecho de algunas mujeres a optar por una vida de familia, por no desear estudios profesionales, por no interesarse en política o por anhelar tres o cuatro hijos. De un lado está el moralismo conservador y del otro el moralismo feminista, pero ambos pretenden decidir lo que es bueno para todas las mujeres y niegan la posibilidad de soluciones intermedias; por ejemplo, que una monja pueda ser culta o un ama de casa de interese en política.
Para exponerlo con mayor claridad, Tzvetan Todorov hace una brillante distinción entre la moral y el moralismo: "¿Qué es el moralismo? Es la lección moral dictada a los otros, de la cual quien dicta la lección se siente orgulloso. Ser moralista no quiere decir en absoluto ser moral. El individuo moral somete su propia vida a los criterios del bien y el mal, que rebasan sus satisfacciones o placeres."
Una persona moral se interesa en obrar responsablemente; un moralista se interesa en condenar, juzgar y si está a su alcance, castigar a quienes no comparten su moralismo. La moral no es relativa, el moralismo sí lo es, a pesar de que los moralistas sean los primeros en negarlo.
La cuestión es que un fantasma recorre el mundo: el fantasma del moralismo. Hay dos formas de moralismo que se disputan el monopolio de las mentes de los jóvenes, al tiempo que afirman, cada uno de estos moralismo, que su punto de vista es el único que pretende el bienestar, el desarrollo armónico y la salud de los jóvenes, además de protegerlos frente a los males del mundo, el mercantilismo y la manipulación.
El origen de esta doble cruzada moral se encuentra en dos problemas sociales sociales específicos: las enfermedades de transmisión sexual (ETS) y los embarazos no previstos, sobre todo en adolescentes. Se trata de problemas individuales que adquieren carácter público en la medida que su proliferación demanda acciones de Estado, ya sea a través de la provisión de recursos y políticas públicas para prevenir, atender y curar las ETS; como de recursos y programas para atender los embarazos adolescentes y, en caso de llevarlos a término, brindar seguridad social, educación y servicios públicos en general a esas nuevas familias (las que forman los padres adolescentes).
De aquí derivan tres problemas importantes: el primero es que el Estado sólo puede prevenir si lo hace en la esfera privada, ya que las ETS y los embarazos adolescentes son resultado de decisiones personales que tienen consecuencias públicas. El segundo problema es que la intervención preventiva del Estado sólo puede ocurrir en la etapa previa a la decisión que conduce a contraer o no una ETS o tener un embarazo adolescente; lo cual implica intervenir en una esfera que para muchos debe estar reservada al individuo y la familia. El tercer problema es que lo anterior genera un enfrentamiento entre dos posturas: la que defiende la participación del estado en la formación de los valores individuales y la que sostiene que la formación de esos valores es una competencia exclusiva de la familia.
Resumo: el primer problema es que se trata de problemas que sólo pueden ser atendidos con la participación del Estado; el segundo problema es que se exigen soluciones de Estado, pero se rechaza su intervención (preventiva) en la educación de los jóvenes; el tercer problema es que los dos primeros generan una discusión acerca de a quién compete la educación de los jóvenes.
Veamos primero a quien compete brindar esa educación. Idealmente la familia es un espacio utópico en el que los padres informan a sus hijos sobre los riesgos y alternativas en asuntos como adicciones, sexualidad, entretenimiento sano, opciones profesionales, etc. Idealmente todos los padres, ya sea por formación cultural o por experiencia de vida son competentes para conducir de manera civilizada y racional estas pláticas familiares de las que, idealmente, surgirán jóvenes bien formados e informados, listos para salvaguardar su propia salud física y mental.
Lamentablemente, la mayoría de los padres no pueden, no saben o no quieren hablar de esos temas. O los padres quieren pero los hijos prefieren buscar información en otros lugares, desde Google hasta los profesionales de la materia, pasando por la biblioteca pública más cercana, sus amigos y los documentales de Discovery Channel.
La familia, por tradición es eficaz en la transmisión de valores como la responsabilidad, la honestidad y la solidaridad, pero hay un déficit muy real en cuanto a la educación en salud reproductiva, adicciones y entretenimiento. Lo más que hemos avanzado en ese sentido es a que muchos padres le tengan fobia a los videojuegos, las patinetas y las bicicletas, que muchos otros vayan del extremo de confundir una migraña con una adicción al extremo de sentarse a ver los concursos del domingo junto a una adolescente lleno de anfetaminas y entrar en una profunda negación (mis hijos jamás harían algo así)... o limitar la educación en materia de salud reproductiva a frases del tipo: "de esta casa no sales si no es de blanco" o "cásate pronto porque quiero conocer a mis nietos".
Ante semejante vacío (por no decir hoyo negro) la intervención del Estado es indispensable, pero trae consigo un problema adicional: ¿qué tipo de educación e información puede ofrecer el Estado? La respuesta debería ser simple, pero no lo es porque los moralistas impiden que lo sea: por una parte, están los que consideran que educar es repartir condones y por la otra lo que opinan que educar es repartir biblias; me gustaría que no fuera tan burdo pero lo es.
Quienes consideran que repartir condones es educar, reducen dos problemas complejos (las ETS y los embarazos entre adolescentes) a una acción muy simple, sin resolver ni abordar esos problemas. Pretenden, además, que todos los adolescentes son protagonistas de Thirteen, Bully o Kids e ignoran que las estadísticas sobre los jóvenes activos sexualmente son poco confiables (porque en las encuestas muchos o la mayoría mienten, aunque los encuestadores busquen formas de detectarlo y neutralizarlo), pasan por alto que no todos son hedonistas ni tienen una vida llena de parejas, amigos y oportunidades y desconocen... es más, descalifican cualquier tipo de vida distinta a la que a ellos les gustaría vivir.
Que haya algunos millones de jóvenes que por su religiosidad, sus valores familiares o personales, sus preferencias individuales, sus manías o su simple falta de atractivo lleven una vida de abstinencia, les escandaliza y les parece una inmoralidad.
Quienes creen que hacen un mundo mejor repartiendo biblias al menos se esfuerzan por hacer algo más que tratar de imponer a los demás sus propias fantasías. Pero tampoco resuelven los problemas de fondo. Entre los jóvenes que viven una religiosidad más o menos constante tienen un público cautivo, pero son incapaces de llegar al resto de la juventud que para bien o para mal es mayoría. Tampoco ofrecen alternativas para quienes toman la decisión de conocer el mundo con sus propios sentidos, ni les ayudan a volver a salvo de ese viaje; al cargar de contenido religioso estudios y propuestas que pueden ser difundidas de manera independiente, las hacen rechazables por quienes no comparten su religión y, en no pocas ocasiones, caen en el error de regañar, menospreciar o condenar a quienes se les acercan en busca de ayuda.
Esta doble cruzada moral impide que cualquier modelo educativo sea completo e integral. Lo moral sería ofrecer a los jóvenes toda la información y todas las alternativas racionales; pero eso implicaría reconocer que sus oponentes tienen un poco de razón y eso parece imposible, porque su visión moralista les impide reconocer y adoptar una parte del modelo educativo al que se oponen.
Pero ¿acaso es posible complementar ambos modelos? Estoy seguro de que sí.
Primero, hay que reconocer que la primera, las más económica y a veces la inevitable alternativa para que los jóvenes no se metan en problemas es la abstinencia. Dejar de ver a la abstinencia como una decisión que siempre es religiosa ayudaría a la autoestima de muchos jóvenes para quienes la abstinencia no sólo es una elección sino una condena, ya sea por carecer de habilidades sociales, atractivo físico, curiosidad o deseo.
La abstinencia es una opción no necesariamente religiosa y sí muy natural, pero no siempre se puede mantener aún cuando se le haya elegido; a veces la curiosidad, la pasión o el impulso pueden ser más fuertes y para esos casos está la información sobre anticonceptivos y formas de prevenir las ETS. Reconocer esa posibilidad sería un gran paso, pues se trata de ver las alternativas como complementarias y no como excluyentes. Un siguiente paso sería reconocer que cuando los embarazos adolescentes ocurren (y ocurren, unas veces a pesar del condón y otras a pesar de la religiosidad) hay alternativas y esas alternativas no tienen que ser el aborto: ¿acaso una adolescente no puede ser madre si le da la gana? ¿acaso no hay adultos que añoran tener hijos y no pueden, a los que les vendría de maravilla adoptar a esos niños inesperados?
Las soluciones, como se puede ver, existen y sólo requieren de sentido común (y no de moralismo) para poder hacerse realidad. Promover abortos puede parecer muy moderno para algunos, pero más moderno sería instalar los buzones para bebés que ya existen en hospitales de Europa. Puede parecer muy vanguardista repartir condones, pero lo sería más poner guarderías en las preparatorias. Y para quienes el aborto el un pecado que clama al cielo, lo único que clama al cielo es su absoluta falta de interés en lo que se sucede a lso niños que ustedes exigen que nazcan "¿O es que el embrión pierde su dignidad humana en el momento de nacer?".
Existen otros elementos que complican aún más la búsqueda de soluciones más prácticas y menos dogmáticas: las iglesias reclaman participar y excluir al estado mientas que los anticlericales rechazan cualquier participación de las iglesias. Es un hecho que las iglesias tienen una opinión y cuentan con el derecho a expresarla, pero también lo es que las feministas y organizaciones de izquierda tienen el mismo derecho a opinar; lo que no se puede ni se debe hacer es permitir que se imponga el modelo de alguna de estas organizaciones, ya sea por su clericalismo o su anticlericalismo.
Lo que sí se puede y es necesario hacer es tratar de llevar la discusión más allá del moralismo: esperar que conservadores y liberales se sienten juntos a elaborar materiales y programas de difusión es pedir demasiado, al menos para este siglo. Lo que sí se puede hacer, y eso sólo puede hacerlo el Estado como ente imparcial, es diseñar políticas educativas que no complazcan sólo a una de las partes, lo difícil es pedir que el Estado le pierda el miedo a ser moral, pues los gobernantes aún confunden su moralismo con la moral.
Para exponerlo con mayor claridad, Tzvetan Todorov hace una brillante distinción entre la moral y el moralismo: "¿Qué es el moralismo? Es la lección moral dictada a los otros, de la cual quien dicta la lección se siente orgulloso. Ser moralista no quiere decir en absoluto ser moral. El individuo moral somete su propia vida a los criterios del bien y el mal, que rebasan sus satisfacciones o placeres."
Una persona moral se interesa en obrar responsablemente; un moralista se interesa en condenar, juzgar y si está a su alcance, castigar a quienes no comparten su moralismo. La moral no es relativa, el moralismo sí lo es, a pesar de que los moralistas sean los primeros en negarlo.
La cuestión es que un fantasma recorre el mundo: el fantasma del moralismo. Hay dos formas de moralismo que se disputan el monopolio de las mentes de los jóvenes, al tiempo que afirman, cada uno de estos moralismo, que su punto de vista es el único que pretende el bienestar, el desarrollo armónico y la salud de los jóvenes, además de protegerlos frente a los males del mundo, el mercantilismo y la manipulación.
El origen de esta doble cruzada moral se encuentra en dos problemas sociales sociales específicos: las enfermedades de transmisión sexual (ETS) y los embarazos no previstos, sobre todo en adolescentes. Se trata de problemas individuales que adquieren carácter público en la medida que su proliferación demanda acciones de Estado, ya sea a través de la provisión de recursos y políticas públicas para prevenir, atender y curar las ETS; como de recursos y programas para atender los embarazos adolescentes y, en caso de llevarlos a término, brindar seguridad social, educación y servicios públicos en general a esas nuevas familias (las que forman los padres adolescentes).
De aquí derivan tres problemas importantes: el primero es que el Estado sólo puede prevenir si lo hace en la esfera privada, ya que las ETS y los embarazos adolescentes son resultado de decisiones personales que tienen consecuencias públicas. El segundo problema es que la intervención preventiva del Estado sólo puede ocurrir en la etapa previa a la decisión que conduce a contraer o no una ETS o tener un embarazo adolescente; lo cual implica intervenir en una esfera que para muchos debe estar reservada al individuo y la familia. El tercer problema es que lo anterior genera un enfrentamiento entre dos posturas: la que defiende la participación del estado en la formación de los valores individuales y la que sostiene que la formación de esos valores es una competencia exclusiva de la familia.
Resumo: el primer problema es que se trata de problemas que sólo pueden ser atendidos con la participación del Estado; el segundo problema es que se exigen soluciones de Estado, pero se rechaza su intervención (preventiva) en la educación de los jóvenes; el tercer problema es que los dos primeros generan una discusión acerca de a quién compete la educación de los jóvenes.
Veamos primero a quien compete brindar esa educación. Idealmente la familia es un espacio utópico en el que los padres informan a sus hijos sobre los riesgos y alternativas en asuntos como adicciones, sexualidad, entretenimiento sano, opciones profesionales, etc. Idealmente todos los padres, ya sea por formación cultural o por experiencia de vida son competentes para conducir de manera civilizada y racional estas pláticas familiares de las que, idealmente, surgirán jóvenes bien formados e informados, listos para salvaguardar su propia salud física y mental.
Lamentablemente, la mayoría de los padres no pueden, no saben o no quieren hablar de esos temas. O los padres quieren pero los hijos prefieren buscar información en otros lugares, desde Google hasta los profesionales de la materia, pasando por la biblioteca pública más cercana, sus amigos y los documentales de Discovery Channel.
La familia, por tradición es eficaz en la transmisión de valores como la responsabilidad, la honestidad y la solidaridad, pero hay un déficit muy real en cuanto a la educación en salud reproductiva, adicciones y entretenimiento. Lo más que hemos avanzado en ese sentido es a que muchos padres le tengan fobia a los videojuegos, las patinetas y las bicicletas, que muchos otros vayan del extremo de confundir una migraña con una adicción al extremo de sentarse a ver los concursos del domingo junto a una adolescente lleno de anfetaminas y entrar en una profunda negación (mis hijos jamás harían algo así)... o limitar la educación en materia de salud reproductiva a frases del tipo: "de esta casa no sales si no es de blanco" o "cásate pronto porque quiero conocer a mis nietos".
Ante semejante vacío (por no decir hoyo negro) la intervención del Estado es indispensable, pero trae consigo un problema adicional: ¿qué tipo de educación e información puede ofrecer el Estado? La respuesta debería ser simple, pero no lo es porque los moralistas impiden que lo sea: por una parte, están los que consideran que educar es repartir condones y por la otra lo que opinan que educar es repartir biblias; me gustaría que no fuera tan burdo pero lo es.
Quienes consideran que repartir condones es educar, reducen dos problemas complejos (las ETS y los embarazos entre adolescentes) a una acción muy simple, sin resolver ni abordar esos problemas. Pretenden, además, que todos los adolescentes son protagonistas de Thirteen, Bully o Kids e ignoran que las estadísticas sobre los jóvenes activos sexualmente son poco confiables (porque en las encuestas muchos o la mayoría mienten, aunque los encuestadores busquen formas de detectarlo y neutralizarlo), pasan por alto que no todos son hedonistas ni tienen una vida llena de parejas, amigos y oportunidades y desconocen... es más, descalifican cualquier tipo de vida distinta a la que a ellos les gustaría vivir.
Que haya algunos millones de jóvenes que por su religiosidad, sus valores familiares o personales, sus preferencias individuales, sus manías o su simple falta de atractivo lleven una vida de abstinencia, les escandaliza y les parece una inmoralidad.
Quienes creen que hacen un mundo mejor repartiendo biblias al menos se esfuerzan por hacer algo más que tratar de imponer a los demás sus propias fantasías. Pero tampoco resuelven los problemas de fondo. Entre los jóvenes que viven una religiosidad más o menos constante tienen un público cautivo, pero son incapaces de llegar al resto de la juventud que para bien o para mal es mayoría. Tampoco ofrecen alternativas para quienes toman la decisión de conocer el mundo con sus propios sentidos, ni les ayudan a volver a salvo de ese viaje; al cargar de contenido religioso estudios y propuestas que pueden ser difundidas de manera independiente, las hacen rechazables por quienes no comparten su religión y, en no pocas ocasiones, caen en el error de regañar, menospreciar o condenar a quienes se les acercan en busca de ayuda.
Esta doble cruzada moral impide que cualquier modelo educativo sea completo e integral. Lo moral sería ofrecer a los jóvenes toda la información y todas las alternativas racionales; pero eso implicaría reconocer que sus oponentes tienen un poco de razón y eso parece imposible, porque su visión moralista les impide reconocer y adoptar una parte del modelo educativo al que se oponen.
Pero ¿acaso es posible complementar ambos modelos? Estoy seguro de que sí.
Primero, hay que reconocer que la primera, las más económica y a veces la inevitable alternativa para que los jóvenes no se metan en problemas es la abstinencia. Dejar de ver a la abstinencia como una decisión que siempre es religiosa ayudaría a la autoestima de muchos jóvenes para quienes la abstinencia no sólo es una elección sino una condena, ya sea por carecer de habilidades sociales, atractivo físico, curiosidad o deseo.
La abstinencia es una opción no necesariamente religiosa y sí muy natural, pero no siempre se puede mantener aún cuando se le haya elegido; a veces la curiosidad, la pasión o el impulso pueden ser más fuertes y para esos casos está la información sobre anticonceptivos y formas de prevenir las ETS. Reconocer esa posibilidad sería un gran paso, pues se trata de ver las alternativas como complementarias y no como excluyentes. Un siguiente paso sería reconocer que cuando los embarazos adolescentes ocurren (y ocurren, unas veces a pesar del condón y otras a pesar de la religiosidad) hay alternativas y esas alternativas no tienen que ser el aborto: ¿acaso una adolescente no puede ser madre si le da la gana? ¿acaso no hay adultos que añoran tener hijos y no pueden, a los que les vendría de maravilla adoptar a esos niños inesperados?
Las soluciones, como se puede ver, existen y sólo requieren de sentido común (y no de moralismo) para poder hacerse realidad. Promover abortos puede parecer muy moderno para algunos, pero más moderno sería instalar los buzones para bebés que ya existen en hospitales de Europa. Puede parecer muy vanguardista repartir condones, pero lo sería más poner guarderías en las preparatorias. Y para quienes el aborto el un pecado que clama al cielo, lo único que clama al cielo es su absoluta falta de interés en lo que se sucede a lso niños que ustedes exigen que nazcan "¿O es que el embrión pierde su dignidad humana en el momento de nacer?".
Existen otros elementos que complican aún más la búsqueda de soluciones más prácticas y menos dogmáticas: las iglesias reclaman participar y excluir al estado mientas que los anticlericales rechazan cualquier participación de las iglesias. Es un hecho que las iglesias tienen una opinión y cuentan con el derecho a expresarla, pero también lo es que las feministas y organizaciones de izquierda tienen el mismo derecho a opinar; lo que no se puede ni se debe hacer es permitir que se imponga el modelo de alguna de estas organizaciones, ya sea por su clericalismo o su anticlericalismo.
Lo que sí se puede y es necesario hacer es tratar de llevar la discusión más allá del moralismo: esperar que conservadores y liberales se sienten juntos a elaborar materiales y programas de difusión es pedir demasiado, al menos para este siglo. Lo que sí se puede hacer, y eso sólo puede hacerlo el Estado como ente imparcial, es diseñar políticas educativas que no complazcan sólo a una de las partes, lo difícil es pedir que el Estado le pierda el miedo a ser moral, pues los gobernantes aún confunden su moralismo con la moral.
A ver, sólo para aclarar conceptos:
ResponderEliminarLa moral no es un estudio del comportamiento humano. La moral cambia y la ética analiza de manera racional y busca las similitudes de comportamiento moral (o de costumbres) . No su relatividad. Ésto último es la hipótesis de tu ensayo. Ninguna ciencia busca diferencias sino al contrario patrones. Gracias.
http://www.unav.es/departamento/preventiva/eduafectividad
ResponderEliminardar click en:
Para jóvenes: lo que hay que saber y pensar antes de tener relaciones sexuales
Éste es un material elaborado para difundir a los jóvenes
ResponderEliminarEstoy en contra de este artículo, les aconsejo que se informen en fuentes que digan la verdad y que sean confiables, están muy equivocados al quitarle ese valor tan importante a la Santa Biblia, Dios es la solución a todos los problemas de este mundo, no nos enredemos con otros razonamientos. Que Dios los bendiga y que los ayude a encontrar la verdad.
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