«Yo buscaba el nombre más simple, sencillo y de sonido plano que pudiera encontrar[...] Podrían suceder cosas exóticas con él y a su alrededor, pero él seria una figura neutral; un anónimo y franco instrumento, empuñado por un Departamento del Gobierno.» Ian Fleming, acerca del nombre "James Bond"
Hay tres tipos de películas de Bond: buenas, regulares y pésimas. Hay tres tipos de autos de Bond: magníficos, hermosos y absurdos. Hay tres tipos de chicas Bond: las buenas, las malas y Miss Moneypenny. Con los intérpretes de Bond la cuestión es un poco distinta, aunque todos incorporan tres elementos: los rasgos que imaginó Ian Fleming, los rasgos que cada intérprete incorpora como parte de su visión personal y los rasgos que se acumulan a través de las distintas interpretaciones.
Fleming tomó como materia prima su propia experiencia en el servicio secreto para imaginar a un agente de campo al que puso el rostro de David Niven y una personalidad compleja: un militar asignado a misiones especiales, dedicado a su trabajo porque es prácticamente lo único que puede y sabe hacer, curtido en los oficios de fingir, matar y ignorar a la voz humana y poco patriótica de su interior.
Esas cualidades fueron asumidas por el actor y atleta Sean Connery cuando interpretó a Bond entre 1962 y 1983. Connery hizo a Bond más duro y profesional, con un toque de elegancia y encanto personal, aunque también con una carga machista que ha recibido bastantes críticas. Pero su gran mérito fue dar credibilidad al personaje frente a guiones que unas veces eran ingeniosos y otras absurdos, además de establecer la personalidad y carácter de 007 en la cultura popular. Para muchos, el de Connery es el mejor Bond de todos los tiempos.
En 1969, George Lazenby personificó a Bond en una sola película pero fue de las mejores, con un guión interesante, un director competente, una producción eficiente y la mejor chica Bond. Lazenby Mantuvo el tono duro y profesional del militar convertido en agente encubierto, pero le agregó amabilidad, simpatía y sentimientos. El Bond de Lazenby sufre, se aguanta y sigue adelante, al servicio de Su Majestad.
Algo de esa gentileza persiste en la interpretación de Roger Moore, quien fue elegido por su personificación previa como Simón Templar (otro personaje de lo más interesante). A la elegancia, ingenio para improvisar y dureza que imprimió Connery, agregó la humanidad de Lazenby y su propio desprecio por el personaje, lo que dio como resultado un agente que realiza su trabajo por que no le queda de otra, porque viene con auto incluido, porque incluye viáticos y porque le da oportunidad de conocer chicas en abundancia. Pero el resultado es positivo y Moore crea a un Bond al que se le nota que hace mucho no pisa un cuartel, menos serio, más irónico, aunque siempre eficaz. Moore fue 007 de 1973 a 1985.
El Bond frío, duro, curtido, refinado, ingenioso, amable, no tan solemne, unas veces alegre y otras sufriente renace a plenitud en Timoty Dalton. Las de Connery y Dalton fueron las actuaciones que impresionaron más al creador del personaje, Connery por que aportó bastante y Dalton porque halló la personalidad que Fleming imaginó al escribirlo. El agente 007 al que Dalton dio vida entre 1987 y 1989 recuperó gran parte del realismo que se perdió en los años de Moore, para traer de vuelta al militar convertido en agente de campo que hace su trabajo con eficacia y sin alegría, que lo pierde todo una y otra vez, menos su empleo, lo único que realmente posee.
Entre 1995 y 2002 Pierce Brosnan personifica a un Bond duro y profesional como Connery, amable como Lazenby, lúdico como Moore y humano como Dalton. La interpetación previa del investigador Remington Steele parece haber sido de peso para darle el papel y no se equivocaron. El 007 de Brosnan saca de nuevo lo militar y muestra a un sujeto que parece entrenar, estudiar y capacitarse siempre que no está en misión, pero también a un hombre alcohólico, obsesivo y autodestructivo. El resultado es un Bond complejo, que bajo la máscara de elegancia y autosuficiencia oculta al boxeador que odia lo que es pero sólo conoce una manera de ganarse la vida.
Llegamos así a Daniel Craig, quien es James Bond desde 2008 y fue elegido, según Judy Dench, por su cara de asesino. Su participación en la saga impulsó la carrera de Craig más que la de ningún otro antes de él y le permitió mostrar al mundo que sabe actuar. La interpretación de Craig es cruda, brutal, como si jamás hubiera visto una película de Bond y se hubiera basado sólo en los libros, o como si las hubiera visto todas, estudiando a cada actor anterior y seleccionando, más que las características de un personaje, las de un depredador. En efecto, el agente 007 que personifica Craig es, tal como lo señala el propio Bond en Casino Royale, al mismo tiempo un monje y un asesino: vive para su trabajo, por su trabajo y en su trabajo. A veces puede conducir un buen auto y dormir en un hotel de lujo, pero eso es sólo parte del trabajo, pues su existencia parece transcurrir entre el gimnasio, la biblioteca, el campo de tiro y la siguiente misión. El Bond de Craig, como el de Dalton, no bebe para socializar, ni para olvidar, ni siquiera para darse valor... bebe para que las heridas interiores no se infecten, para llevar algo cálido a su interior, para morir un poco más aprisa.
Muchos actores estuvieron bastante cerca de encarnar al Agente 007, entre ellos Michael Gambon (sí, Dumbledore fue joven alguna vez), Sean Bean, Eric Bana, Hugh Jackman, Ralph Fiennes, Mel Gibson, Russel Crowe, Clive Owen y Orlando Bloom. Bana y Bloom todavía tienen edad para personificarlo en el futuro, aunque otros apuestan más por Dominic West. Sin embargo, algo me dice que en diez años podríamos ver en ese papel a alguien como Aidan Turner y en quince o veinte años a Daniel Radcliffe.
Lo que en verdad importa es que el Agente 007, el que imaginó su autor y al que han dado vida seis buenos actores es mucho más que un casanova y buen tirador que nunca se ensucia el traje. Claro que se lo ensucia, lo rompe y lo llena de sangre, muchas veces la propia. El verdadero James Bond es, como lo describió Vesper, un ser sin hogar al que un benefactor le dio un oficio, un propósito y en lo que cabe, una vida.
Lo que en verdad importa es que el Agente 007, el que imaginó su autor y al que han dado vida seis buenos actores es mucho más que un casanova y buen tirador que nunca se ensucia el traje. Claro que se lo ensucia, lo rompe y lo llena de sangre, muchas veces la propia. El verdadero James Bond es, como lo describió Vesper, un ser sin hogar al que un benefactor le dio un oficio, un propósito y en lo que cabe, una vida.
No hay comentarios:
Publicar un comentario