jueves, 21 de marzo de 2013

El Perro del mes: San Guinefort

Guinefort fue un lebrel que vivió en Lyon, Francia, durante el siglo XIII. Fue compañero de cacería y paseos del  Señor de Villars, quien además de Guinefort tenía un hijo, un castillo y una esposa. 


Un día, el caballero salió de su castillo y dejó al niño bajo el cuidado de Guinefort. Al regresar más tarde encontró al lebrel con la boca llena de sangre; enseguida llegó su esposa, quien no pudo evitar un grito. Preso de la ira al creer que el perro había matado a su hijo, el Señor de Villars lo mató con su espada (otras versiones dicen que arremetió a golpes contra él hasta que lo mató). Un poco después escucharon el llanto del niño y corrieron a su encuentro, lo hallaron sano y salvo en su cuna, junto al cuerpo destrozado de una gran serpiente. Guinefort  había salvado su vida. 

Lleno de remordimiento, el caballero llevó el cuerpo del noble lebrel al bosque y le construyó una tumba de piedra. La noticia corrió entre los campesinos, que comenzaron a acudir a ella para pedir por la salud de sus hijos y solicitar protección para su familia. La devoción a San Guinefort inspiró numerosas obras de arte medievales y renacentistas, generalmente se le representaba con cuerpo de hombre y cabeza de perro, unas veces rodeado de otros perros, de niños, o vestido como un caballero. 

Los campesinos de la región preservaron durante siglos la veneración por el fiel perro, hasta que el inquisidor Esteban de Bourbon, interesado por la devoción que tenían las campesinas, quienes no paraban de encomendar a sus hijos y hogares al cuidado de San Guinefort, quiso saber algo más y fue de visita a su santuario. Advirtió a los pobladores de la región que aquello era una herejía, ordenó que la tumba fuera destruida y quemó los restos del lebrel. A pesar de la prohibición, los campesinos preservaron su devoción hacia San Guinefort hasta 1930, cuando la Iglesia prohibió oficialmente su veneración y amenazó con excomulgar a los practicantes.

San Guinefort todavía es recordado por los campesinos de aquella región de Francia. Su recuerdo lejos de extinguirse con la prohibición, se ha extendido entre quienes creen que puede dar protección a sus familias, y todo aquellos que aún sin creer en su santidad reconocen su valor y fidelidad. 



  

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