Guinefort fue un lebrel que vivió en Lyon, Francia, durante el siglo XIII. Fue compañero de cacería y paseos del Señor de Villars, quien además de Guinefort tenía un hijo, un castillo y una esposa.
Los campesinos de la región preservaron durante siglos la veneración por el fiel perro, hasta que el inquisidor Esteban de Bourbon, interesado por la devoción que tenían las campesinas, quienes no paraban de encomendar a sus hijos y hogares al cuidado de San Guinefort, quiso saber algo más y fue de visita a su santuario. Advirtió a los pobladores de la región que aquello era una herejía, ordenó que la tumba fuera destruida y quemó los restos del lebrel. A pesar de la prohibición, los campesinos preservaron su devoción hacia San Guinefort hasta 1930, cuando la Iglesia prohibió oficialmente su veneración y amenazó con excomulgar a los practicantes.
San Guinefort todavía es recordado por los campesinos de aquella región de Francia. Su recuerdo lejos de extinguirse con la prohibición, se ha extendido entre quienes creen que puede dar protección a sus familias, y todo aquellos que aún sin creer en su santidad reconocen su valor y fidelidad.
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