Desde niños se nos enseña a despreciar las cosas pequeñas. Si vemos un insecto debemos pisarlo, si vemos un ratón hay que ponerle veneno. Se nos enseña también a detestar lo sencillo y reprobar lo humilde. No te acerques al campesino porque está sucio, no juegues con sus hijos porque te pegarán los piojos. Aléjate del peón y su familia, quién sabe que mañas tengan. Al perro callejero arrójale una piedra porque tiene pulgas, roña, sarna y cosas peores. Gasta una fortuna en un perro de raza, aunque a los seis meses ya no quepa en tu casa y lo lleves al centro de adopción o lo abandones en la carretera.
Se desprecia el trabajo y se anhela, como nunca antes, el dinero fácil. No se trata de que los niños aspiren a ser mecánicos, carpinteros o alfareros; lo común es que piensen en ser policías o cazadores de vampiros antes que plomeros o enterradores. Ni hablemos del arte, porque se nos inculca que un artista es un tipete que canta con playback en algún programa dominical, de ahí que crecemos ignorando que verdadero artista hace esculturas, novelas, arte decorativo, arquitectura o hotrods. El problema es que profesiones tan productivas y provechosas, pero complejas como médico, ingeniero o físico no prometen dinero fácil.
Pero con esta educación, los héroes de la juventud y de la nación no pueden ser aquéllos que hacen algo bueno por el mundo. A nadie parece importarle que las aulas diseñadas por Pedro Ramírez Vázquez hayan servido para enseñar a leer y contar a niños de todo el mundo, que Mario Molina haya ganado un premio Nobel por sus estudios sobre el calentamiento global o que René Drucker sea mundialmente reconocido por sus estudios de las células cerebrales, o que Juan Manuel Lozano Gallegos haya inventado el combustible de cohetes que utiliza la NASA.
Se enseña (y se nos enseñó) que un héroe no es que que descubre un nuevo remedio contra el cáncer sino el que mete un gol, se liga a una modelo o pasea en un Ferrari. Cuando el talento deportivo no alcanza o se carece de apostura física el crimen organizado es una opción para alcanzar todo lo que uno desea tener: la Hummer, la casa con alberca olímpica aunque uno no sepa nadar, la "novia" venezolana o tapatía aunque viva secuestrada, el zoológico privado, el Rolex de oro y todo aquello que brille y sea de verdadero mal gusto.
El siguiente, e inevitable paso, es adoptar la doble moral y sentirnos orgullosísimos por eso. Veneramos al tigre y al elefante, pero permitimos que se extingan los peces, las aves, los reptiles y todos los bichos que hacen posible su existencia. Defendemos al indígena y su milenaria cultura, pero no permitimos que se te acerque, porque está prieto, feo, tiene las manos rasposas y la ropa toda mugrosa. Regateamos al vendedor de la calle pero aceptamos sin queja los precios más altos de las multinacionales. Vemos cómo se premia al deportista, cómo la estrella del reality hace la colecta de caridad y cómo se gasta la mitad ( o más) del dinero para asistencia social en la burocracia encargada de repartir esos recursos y sus lujos.
Nos olvidamos así del valor de las pequeñas acciones: respetar la vida de una araña puede librarnos de una plaga de ciempiés, pero es más cómodo (¿en serio?) comprar un insecticida y cargar de aun vez con las abejas y las lombrices. Envenenamos a la rata, pero no dejamos de tirar porquerías pro las coladeras (¿quien más podría mantenerlas limpias, el municipio?). Veneramos la ostentación mientras nos escandaliza que los políticos gasten en remodelar sus oficinas. Despreciamos la movilizaciones de trabajadores y nos olvidamos que todos somos asalariados y su lucha tarde o temprano puede ser la nuestra. Estamos pendientes de los nacimientos, la infancia y desarrollo de los hijos de la realeza mientras desconocemos lo que sucede en el orfanato más cercano. Votamos por el partido que propone la pena de muerte cuando sería más efectivo apoyar al candidato que propone mejorar el alumbrado público.
Mucha violencia nace de la admiración por la ostentación, Muchas injusticias podrían evitarse con sólo morar más hacia el enfrente y menos hacia arriba. Muchos problemas podrían empezar a ser resueltos con pequeñas acciones, antes de requerir grandes presupuestos.
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