Oclocracia
Del griego Oklo, que significa multitud y Kratos, que se refiere al poder.
La oclocracia es el gobierno de la multitud. No de la mayoría, ni del pueblo, ni de los ciudadanos.
Es el gobierno de la multitud enardecida, de la multitud que arrasa, que saquea, que ejecuta en la plaza pública, que lincha, que incendia libros en la plaza, imágenes en el atrio, y herejes en donde los agarren.
El Oclócrata es un oportunista. Sabe aprovechar las crisis para llegar al poder, lo toma mientras sus huestes saquean los mercados. Con el apoyo de su guardia y el reparto de premios, amenazas y castigos, se mantiene en la cima.
Es un régimen de complicidad, de intercambio de favores, de privilegios selectivos: el pueblo bueno es el que apoya, el pueblo malo, o la burguesía, es la que critica los errores o abusos del gobernante. Pero el oclócrata, que es también demagogo, sabe cómo negarlo: los críticos son traidores, los errores son resultado de oscuras conspiraciones, la corrupción no existe; pues lo que aquí se construye es el futuro, un futuro tan bonito que por él vale la pena sacrificar el presente durante treinta, o cincuenta o setenta años.
Siempre que algo resulte mal, el oclócrata hallará a quien culpar y, si es posible, hará justicia rápida (o la multitud le ayudará a hacerla).
Las oclocracias no prosperan, pero saben durar y hasta hacerse admirar. Porque el oclócrata controla la prensa, el arte, la opinión y hasta a la oposición. La oclocracia es el régimen de los demagogos.
Del griego Oklo, que significa multitud y Kratos, que se refiere al poder.
La oclocracia es el gobierno de la multitud. No de la mayoría, ni del pueblo, ni de los ciudadanos.
Es el gobierno de la multitud enardecida, de la multitud que arrasa, que saquea, que ejecuta en la plaza pública, que lincha, que incendia libros en la plaza, imágenes en el atrio, y herejes en donde los agarren.
El Oclócrata es un oportunista. Sabe aprovechar las crisis para llegar al poder, lo toma mientras sus huestes saquean los mercados. Con el apoyo de su guardia y el reparto de premios, amenazas y castigos, se mantiene en la cima.
Es un régimen de complicidad, de intercambio de favores, de privilegios selectivos: el pueblo bueno es el que apoya, el pueblo malo, o la burguesía, es la que critica los errores o abusos del gobernante. Pero el oclócrata, que es también demagogo, sabe cómo negarlo: los críticos son traidores, los errores son resultado de oscuras conspiraciones, la corrupción no existe; pues lo que aquí se construye es el futuro, un futuro tan bonito que por él vale la pena sacrificar el presente durante treinta, o cincuenta o setenta años.
Siempre que algo resulte mal, el oclócrata hallará a quien culpar y, si es posible, hará justicia rápida (o la multitud le ayudará a hacerla).
Las oclocracias no prosperan, pero saben durar y hasta hacerse admirar. Porque el oclócrata controla la prensa, el arte, la opinión y hasta a la oposición. La oclocracia es el régimen de los demagogos.
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