La inteligencia, la belleza, el dinero, son formas de prestigio que cualquiera desea tener. La belleza se busca a través del maquillaje, el ejercicio o la cirugía, mientras que la riqueza trata de mostrarse a través del derroche o el uso de ciertas marcas. Pero la obsesión por la belleza puede tener consecuencias dramáticas y la obsesión por mostrar una elegancia que no se posee puede tener resultados ridículos. Fingir la inteligencia es aún más difícil. Al no poder comprarla ni obtenerla mediante una cirugía, algunos tratan de obtenerla con títulos y posgrados, otros con actitudes cultosas.
De estas actitudes encontré una lista en Pijamasurf que a su vez ellos tradujeron de Cracked. Debo decir que comparto completamente lo que dice el punto 5, que el gusto por el jazz puede ser genuino (soy fan de Charles Mingus) y me declaro incapaz de leer a Joyce (o Cervantes) sin quedar dormido.
Las cinco maneras de parecer inteligente (o pretender parecerlo) no agotan las posibilidades: usar gafas de pasta, decir palabras raras aún sin conocer muy bien su significado o elogiar el cine de arte mientras se contiene el bostezo son otras formas de intentar parecer inteligente o al menos culto. Lo más triste es que algunos creen que fingen muy bien y otros creen que logran engañarse incluso a ellos mismos.
Aquí va la lista:
En la modernidad occidental, la idea de Dios ha sido una de las más atacadas por el racionalismo que, casi desde el siglo XV, se erigió en paradigma de pensamiento dominante, postura que alcanza su culmen en sentencias como la de Marx —“la religión es el opio del pueblo”—, Nietzsche —“Dios ha muerto”— o Lacan —“Dios es inconsciente”, en su Seminario 11—, que de algún modo revelan la naturaleza entre fantasiosa y netamente material del concepto.
Estos, sin embargo, son planteamientos teóricos enraizados en sistemas mucho más complejos, de implicaciones que superan en profundidad a la simple habladuría de quien desprecia hasta el más mínimo tufillo de divinidad y religión solo para parecer dueño de un pensamiento de vanguardia, arrasando en su desdén con toda la rica tradición que las creencias religiosas han acuñado a lo largo del tiempo.
El jazz es uno de los géneros musicales que, por algún azar caprichoso, está rodeado del aura de la intelectualidad, quizá porque en su edad dorada —la época de Charlie Parker o Thelonius Monk— muchos escritores y artistas contemporáneos, hicieron de estas figuras materia de sus creaciones.
Para algunos el jazz es música que debe “entenderse”, lo que sea que esto signifique, y si bien por sus estructuras se encuentra a medio camino entre la llamada música clásica, ciertas expresiones de la música popular y la pop, esas diferencia no tendrían por qué traducirse en una falsa superioridad.
3. Corregir los errores triviales de otros
La corrección es un hábito malsano que algunos exageran hasta lo absurdo y lo banal. La precisión ortográfica, histórica, textual o de cualquier otro tipo es en algunos voluntad compulsiva u obsesiva que solo queda contrarrestar con dos de los aforismos más certeros que G. C. Lichtenberg escribió a este respecto (ambos en traducción de Juan Villoro):Desde siempre, descubrir pequeños errores es una actividad de cabezas mediocres. Las cabezas dotadas no hablan de pequeños errores y en todo caso hacen críticas generales.
Los grandes espíritus crean sin criticar. A lo más que puede llegar un mediocre es a descubrir los errores de quienes lo superan.
2. Citar a Joyce
Pocas situaciones que templen tanto la inteligencia auténtica como la discusión. En cierta forma, quien es verdaderamente inteligente —incluso sin que importen circunstancias de personalidad como la introversión o la extroversión— pocas veces rehúye la oportunidad de poner a prueba sus capacidades argumentativas, el conocimiento que tiene sobre un tema o la agilidad de su pensamiento. De ahí que, con cierta probabilidad, quien se niega a confrontar lo que asegura, sepa en el fondo que solo es un farsante.
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