Parte III. Una experiencia personal
El Fin del Mundo es un buen negocio. Cada pocos años surge una nueva secta que anuncia, ahora sí, el verdadero e inminente fin del mundo, o algún grupo religioso corrige sus profecías fallidas para afirmar que el fin del mundo no ha llegado aún porque ellos negociaron una nueva oportunidad, un breve plazo para el arrepentimiento ante el ahora sí, inevitable fin.
Los crédulos sobran. Hace algunos años un par de tías, cada una por su cuenta, entró en contacto con gente de Nueva Jerusalén. Colocaron en sus casas imágenes de una Virgen María misteriosa, que camina bajo la luna cubierta con un velo azul, rezaron el rosario todas las tardes y comenzaron a divulgar la noticia del cercano fin del mundo. También insistieron a mi padre, quien tenía el auto más grande en toda la familia para que las llevara a Puruarán. Querían ir a vivir ahí y esperar el fin del mundo con la seguridad de que ese poblado y, probablemente la Basílica de Guadalupe serían los únicos lugares que sobrevivirían a toda la destrucción.
Las vacaciones escolares estaban por comenzar y a mis padres les pareció buena idea hacer algo distinto a las habituales visitas a los abuelos, a la playa o a los balnearios. Un sábado muy temprano subimos todos al coche con tías incluidas y nos encaminamos hacia Puruarán. El camino fue agradable hasta Morelia; después de ahí tomamos sinuosos caminos de montaña y terracerías que nos dejaron bastante mareados. Las tías dijeron que era la expiación necesaria para llegar a Nueva Jerusalén.
Al fin llegamos a un pueblo como cualquier otro: una iglesia antigua con una gran plaza, rodeadas de casas más pobres y sencillas a medida que se avanza hacia la orilla; la misma primavera seca y calurosa de casi todo México. Pero también había cosas inusuales: mucha gente llegaba de todas partes, dormía en la plaza y acudía a misa todos los días, con la esperanza de estar en el único lugar que sobreviviría al fin del mundo.
Después de recorrer el pueblo y visitar la iglesia caminamos hacia una colina. Nos perdimos entre cientos de personas que cantaban y rezaban rosarios por un camino largo y polvoso. Al fin llegamos a un árbol grande en el que algunas mujeres decían ver a la virgen; casi todos se arrodillaron, muchos lloraban, algunos gritaban "¡ahí se ve!"; "¡ahí está la virgen!", "¡nos saluda!", "¡que hermosa es!".
Mi familia y yo no veíamos nada, pero algunas señoras decían "los niños la pueden ver, ellos son inocentes". Y cuando caminábamos de regreso algunas de las señoras que más gritaban y aseguraban que la veían se dirigieron a mi primo y a mi y nos dijeron "ustedes que son inocentes sí pueden verla", "qué dichosos".
Cuando regresamos a la plaza ya anochecía. Muchos se preparaban con petates y cobijas que tendían sobre la plancha de concreto, algunos cenaban ahí mismo y otros ya dormían. Nos llevaron al rosario en una casa junto a la iglesia; cuando íbamos hacia allá un par de hombres caminaban detrás de una alambrada, platicaban mientras buscaban algún animal perdido; caminamos en dirección opuesta y cruzamos con una señoras que al ver aquellas luces dijero "¡Mira, es la Virgen!", ¡Mirén, la Virgen está allá!" pero nosotros sabíamos que eran lámparas porque veníamos de allá y porque no somos idiotas.
Cenamos después del rosario y cansados de tanto caminar dormimos con mis padres en el auto. No sé donde andaban las tías, pero la última vez que las vimos andaban en la iglesia.
Al día siguiente, muy temprano mis padres hablaron con las tías; una de ellas quería quedarse a vivir ahí y la otra decía que era obligatorio estar al menos tres días; las dos insistían en que ahora todos debíamos vestir como la gente de ahí, rezar cada tarde el rosario y esperar el fin del mundo. Mi padre sólo encendió el motor en enseguida subieron las dos con nosotros.
El camino de regreso fue agradable, nos detuvimos en algún pueblo a comer carnitas, compramos nieves en Morelia, los menores dormimos hasta llegar a casa.
Unos años después, cuando estudiaba la Universidad vi una nota de periódico acerca de Nueva Jerusalén. En la Hemeroteca encontré un poco más... o mucho más; cosas que ahora casi no se mencionan: la existencia de un acuerdo con la autoridad estatal para hacer de nueva Jerusalén un territorio de excepción; la presencia de una fuerza armada, expulsiones, divisiones y hasta alguna muerte violenta. Más tarde supe que la Iglesia Católica no reconocía las apariciones, que con el paso de los años Papá Nabor perdió el acento y se convirtió en Papa Nabor, que tras una larga agonía se arrepintió y buscó a su iglesia de origen.
En otros poblados pequeños y distantes conocí más milagros falsos, algunos tan burdos que es necesario estar lleno de esperanza, de angustia o de ignorancia para creerlos: vírgenes en manchas de agua, cristos burdamente pintados, hombres y mujeres que se autoproclaman profetas. Cuando se recorre este país lo suficiente, a ras de piso, uno puede ver bastante.
Textos relacionados: ¿Qué es la Nueva Jerusalén? Parte 1 (La historia) y Parte 2 (El contexto).
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