Todos estamos a favor de la libertad, pero casi nadie está a favor de una libertad igualitaria; me explico: todos estamos muy a favor de la propia libertad, pero un poco menos a favor de la libertad ajena y decididamente en contra de la libertad de lo que consideramos nocivo.
Veámoslo así: la Ciudad de México lleva unos doce años en obras; todos los días hay nuevas calles cerradas y nuevas desviaciones de la circulación. Cuando se cierra por obra alguna calle en la que se hacen arrancones, los vagos se reúnen a beber y drogarse o alguna pandilla utiliza como coto para asaltar transeúntes, es perfectamente lógico que los vecinos se alegren por el cierre y promesa de renovación. Cuando se cierra una calle por la que eventual o cotidianamente circulamos, podemos tener y expresar cierta molestia, pero deseamos que el cierre termine pronto y seguimos nuestro camino. Pero lo que nadie puede desear, y a veces sucede, es que le cierren la calle donde vive, con la molestia de tener que dejar el auto guardado o llevarlo a una pensión, además de tener que presentar identificación para que los trabajadores dejen a uno entrar a su propia casa.
Es claro que no a toda la libertad se le aprecia igual; en las ideas los temas sociales y la política aprobamos más las libertades que compartimos que las que no compartimos o rechazamos; por ejemplo, la libertad para abortar es defendida por grupos feministas, movimientos antisistema, malthusianos apocalípticos, académicos asustados por la sobrepoblación y personas anticlericales; en tanto que la libertad para tener muchos hijos (digamos 5, 7 o 10) será defendida por personas tradicionalistas, religiosas y amantes de los niños, además de académicos y teólogos asustados por la despoblación mundial.
Los más radicales defensores del control de población llegan a hacer propuestas de esterilización masiva y eugenesia (sí, como los nazis en los años 30's), mientras que los más empecinados natalistas buscarán la cárcel y el destierro para los antinatalistas (como sucedió en los regímenes de Franco y Pinochet); pero las posiciones extremas sólo son minoritarias; en medio de los radicales hay una inmensa mayoría de personas que prefieren simplemente evitar a los contrarios, reunirse con personas afines a sus ideas y si acaso, tratar de convencer a los del bando opuesto.
Los radicales son minoría, pero son los que pueden acabar con la libertad si se les da el suficiente poder. Preocuparse por defender sólo las libertades propias es algo aparentemente inofensivo; pero la lucha contra la libertad siempre trae consigo el riesgo de volverse contra uno, de manera que cuando la idea de limitar las libertades para algún grupo entra en escena pública se convierte en parte de una competecia política cuyo ganador puede ser el contrario. Así pasó en España a principios del siglo XX, cuando tanto los republicanos como los conservadores radicalizaron sus posturas y persiguieron las ideas de sus oponentes, de manera que abrieron el camino para que cualquiera que venciera en la Guerra Civil no adoptara posturas conciliadoras sino radicales. Las heridas y agravios que se hicieron aún están presentes en la política española y para muchos el perdón no sólo se ve lejano, sino imposible; lo que es más difícil porque cada uno bandos tiene cosas que perdonarle al otro.
La experiencia española nos deja claro cuáles son los riesgos de no apreciar por igual todas las libertades, las propias y las ajenas, y ese riesgo es que la primera libertad que se limite puede ser la propia. Vista así, la famosa frase atribuida a Voltaire "no estoy de acuerdo con lo que dices pero defenderé con mi vida tu derecho a decirlo" tiene un valor más allá de lo moral: defender las libertades ajenas es también una manera de defender las propias.
Sin embargo, ni las ideas propias, ni las ajenas son siempre ideas defendibles, inteligentes o racionales. Solemos pensar en lo relativo como opuesto de lo absoluto, pero tengo la impresión de que es lo racional lo que debemos oponer a lo racional, lo tolerante a lo intolerante y lo pacífico a lo violento. El motivo es que si pensamos en las ideas como absolutas o relativas, si son absolutas algunas deben ser absolutamente correctas y asumiremos que esas son las propias, mientras que las absolutamente equivocadas serán las contrarias; por otra parte, si las ideas son relativas, todas tendrán un sentido sólo para quien las sustenta y perderán toda importancia sus valores intrínsecos, como la racionalidad, la viabilidad, etc.
En efecto, la libertad no es un valor absoluto, que deba defen`erse y preservarse a toda costa; en concreto, no se puede otorgar libertad a atentar contra la libertad, como tampoco se podría considerar libertario al libre tráfico de esclavos, a la libertad de discriminar a las mujeres; ni puede existir una libertad para ser totalitario, la libre explotación de los pobres, la libertad de coacción, la libertad para torturar a los enemigos políticos y menos aún, la libre persecución religiosa, la libertad de intolerancia o en general, la libertad para imponer por la violencia las ideas propias. Si semejantes ideas fueran igual de válidas que la tolerancia, el respeto, la solución pacífica de los conflictos o el diálogo!2C daría lo mismo que fuéramos gobernados con leyes o con balas, el secuestro de una mujer que su conquista o el robo y el asesinato que el trabajo.
Así que las libertades defendibles no son únicamente las propias, sino todas aquellas de las cuales cualquiera puede beneficiarse tanto como nosotros mismos, por ejemplo, la libertad de opinión o de circulación. En la misma línea, podemos considerar defendibles a los movimientos, ideas, agrupaciones políticas y cultos que reconocen las libertades de sus oponentes y rivales; mientras que es lícito sospechar de aquellos que tratan de imponer sus intereses, ideas y creencias mediante la violencia.
La libertad se defiende con libertad.
Las ilustraciones de hoy son de Andrés Diplotti y su excelente blog: La Pulga Snob
Veámoslo así: la Ciudad de México lleva unos doce años en obras; todos los días hay nuevas calles cerradas y nuevas desviaciones de la circulación. Cuando se cierra por obra alguna calle en la que se hacen arrancones, los vagos se reúnen a beber y drogarse o alguna pandilla utiliza como coto para asaltar transeúntes, es perfectamente lógico que los vecinos se alegren por el cierre y promesa de renovación. Cuando se cierra una calle por la que eventual o cotidianamente circulamos, podemos tener y expresar cierta molestia, pero deseamos que el cierre termine pronto y seguimos nuestro camino. Pero lo que nadie puede desear, y a veces sucede, es que le cierren la calle donde vive, con la molestia de tener que dejar el auto guardado o llevarlo a una pensión, además de tener que presentar identificación para que los trabajadores dejen a uno entrar a su propia casa.
Es claro que no a toda la libertad se le aprecia igual; en las ideas los temas sociales y la política aprobamos más las libertades que compartimos que las que no compartimos o rechazamos; por ejemplo, la libertad para abortar es defendida por grupos feministas, movimientos antisistema, malthusianos apocalípticos, académicos asustados por la sobrepoblación y personas anticlericales; en tanto que la libertad para tener muchos hijos (digamos 5, 7 o 10) será defendida por personas tradicionalistas, religiosas y amantes de los niños, además de académicos y teólogos asustados por la despoblación mundial.
Los más radicales defensores del control de población llegan a hacer propuestas de esterilización masiva y eugenesia (sí, como los nazis en los años 30's), mientras que los más empecinados natalistas buscarán la cárcel y el destierro para los antinatalistas (como sucedió en los regímenes de Franco y Pinochet); pero las posiciones extremas sólo son minoritarias; en medio de los radicales hay una inmensa mayoría de personas que prefieren simplemente evitar a los contrarios, reunirse con personas afines a sus ideas y si acaso, tratar de convencer a los del bando opuesto.
Los radicales son minoría, pero son los que pueden acabar con la libertad si se les da el suficiente poder. Preocuparse por defender sólo las libertades propias es algo aparentemente inofensivo; pero la lucha contra la libertad siempre trae consigo el riesgo de volverse contra uno, de manera que cuando la idea de limitar las libertades para algún grupo entra en escena pública se convierte en parte de una competecia política cuyo ganador puede ser el contrario. Así pasó en España a principios del siglo XX, cuando tanto los republicanos como los conservadores radicalizaron sus posturas y persiguieron las ideas de sus oponentes, de manera que abrieron el camino para que cualquiera que venciera en la Guerra Civil no adoptara posturas conciliadoras sino radicales. Las heridas y agravios que se hicieron aún están presentes en la política española y para muchos el perdón no sólo se ve lejano, sino imposible; lo que es más difícil porque cada uno bandos tiene cosas que perdonarle al otro.
La experiencia española nos deja claro cuáles son los riesgos de no apreciar por igual todas las libertades, las propias y las ajenas, y ese riesgo es que la primera libertad que se limite puede ser la propia. Vista así, la famosa frase atribuida a Voltaire "no estoy de acuerdo con lo que dices pero defenderé con mi vida tu derecho a decirlo" tiene un valor más allá de lo moral: defender las libertades ajenas es también una manera de defender las propias.
Sin embargo, ni las ideas propias, ni las ajenas son siempre ideas defendibles, inteligentes o racionales. Solemos pensar en lo relativo como opuesto de lo absoluto, pero tengo la impresión de que es lo racional lo que debemos oponer a lo racional, lo tolerante a lo intolerante y lo pacífico a lo violento. El motivo es que si pensamos en las ideas como absolutas o relativas, si son absolutas algunas deben ser absolutamente correctas y asumiremos que esas son las propias, mientras que las absolutamente equivocadas serán las contrarias; por otra parte, si las ideas son relativas, todas tendrán un sentido sólo para quien las sustenta y perderán toda importancia sus valores intrínsecos, como la racionalidad, la viabilidad, etc.
En efecto, la libertad no es un valor absoluto, que deba defen`erse y preservarse a toda costa; en concreto, no se puede otorgar libertad a atentar contra la libertad, como tampoco se podría considerar libertario al libre tráfico de esclavos, a la libertad de discriminar a las mujeres; ni puede existir una libertad para ser totalitario, la libre explotación de los pobres, la libertad de coacción, la libertad para torturar a los enemigos políticos y menos aún, la libre persecución religiosa, la libertad de intolerancia o en general, la libertad para imponer por la violencia las ideas propias. Si semejantes ideas fueran igual de válidas que la tolerancia, el respeto, la solución pacífica de los conflictos o el diálogo!2C daría lo mismo que fuéramos gobernados con leyes o con balas, el secuestro de una mujer que su conquista o el robo y el asesinato que el trabajo.
Así que las libertades defendibles no son únicamente las propias, sino todas aquellas de las cuales cualquiera puede beneficiarse tanto como nosotros mismos, por ejemplo, la libertad de opinión o de circulación. En la misma línea, podemos considerar defendibles a los movimientos, ideas, agrupaciones políticas y cultos que reconocen las libertades de sus oponentes y rivales; mientras que es lícito sospechar de aquellos que tratan de imponer sus intereses, ideas y creencias mediante la violencia.
La libertad se defiende con libertad.
Las ilustraciones de hoy son de Andrés Diplotti y su excelente blog: La Pulga Snob
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