Antes comenté diez malas razones para tener hijos. No son malas porque odie a los niños o quiera que la especie humana se extinga, sino porque esas malas razones son diferentes expresiones de egoísmo. No provienen de un genuino amor por la infancia, la pareja o la familia, sino por el amor a uno mismo que hace desear que una extensión de uno mismo, un futuro cuidador o un "gancho" para que la pareja no se vaya.
Tanto los beneficios reales como los imaginarios se basan en la presunción de que los hijos le devolverán a uno el favor de darles la vida, ya sea mediante su trabajo, su compañía o su memoria (ellos me recordarán cuando muera). En general, cualquier razón que implique obtener algún beneficio personal, una contraprestación o un servicio de los hijos, lo único que puede dar son padres decepcionados e hijos infelices.
Hay otras razones más difíciles de clasificar, pero ya me ocuparé de ellas. Tampoco me olvido de aquéllas que vinculan la paternidad y maternidad a una especie de determinismo, según el cual es egoísta no cumplir con un papel socialmente asignado.. es decir, "tener hijos porque toca".
Descartemos esas tonterías. La sociedad sufrirá por unos hijos mal educados o que crecen en ambientes enfermos, pero poco o nada hará para colaborar con su educación, mantenimiento y cuidados. La pareja nada le debe a la sociedad, ni a la opinión publica, así que tener hijos o no es una decisión privada.
En esa decisión también hay buenos motivos para tener hijos. Motivos generosos, que consideran lo beneficios que pueden traer más niños o niñas a la comunidad, o tienen claro lo mucho que una paternidad responsable puede hacer por la infancia.
Para encontrar esos buenos motivos, es necesario hacer un lado cualquier posible beneficio o retribución que uno espere recibir. Tener hijos se trata de dar, de entregar, de esforzarse. La paternidad o la maternidad no son el sentido ni el propósito de la vida, y salvo por momentos, breves y significativos lo único que puede esperarse son años de sacrificio. la ciencia lo ha demostrado y también que los adultos sin hijos están más satisfechos con su vida que los adultos con hijos. Ese apasionamiento de quienes dicen que la vida sólo tiene sentido con hijos me parece sospechoso.
Prefiero a quienes los tienen por motivos realistas, o los tienen simplemente sin necesidad de andar presionando a los demás para que también los tengan, . Que es en donde se manifiesta la auténtica generosidad. Fin del rollo; hay buenas razones para tener hijos y aquí van diez:
1. Porque la vida es bella.
Mientras haya un cielo azul salpicado de nubes, dorados amaneceres y atardeceres coloridos, mientras haya flores en el campo, nieve en las montañas, perros en los jardines, amigos en las calles, cómplices en las aulas y abrazos bajo la luna, este planeta será un buen lugar para vivir en él. Y vale la pena mostrárselo a más gente. Enseñarle a cuidarlo. Dejar que lo disfruten.
2. Porque se quiere y punto.
Sin presión social, para tener o no tener. Sin preguntas estúpidas (¿Quién te recordará cuando hayas muerto?), sin amenazas idiotas (Te arrepentirás cuando seas viejo), sin augurios de subnormales (ya cambiarás de opinión), sin sentencias imbéciles (eres/son unos egoístas).
Se pueden tener hijos para ver su cara cuando llegan los Reyes Magos, para comprarles la colección de Harry Potter, o Lemony Snicket, o lo que sea que les guste leer; para ver Peppa Pig o Phineas y Ferb; para subirse al ascensor y oprimir todos lo botones.
3. Para disfrutar la alegría de verlos crecer y descubrir el mundo.
Y descubrir esos pedazos de metal que se pegan a los imanes (y todos los juegos que se pueden inventar con eso) y las piedras pómez, y los mentos con Cocacola, los cohetes de cerillo, Zelda, Sabina, Bach, Janosh, Metallica, Morricone y Mancini. Hay montones de cosas que vale la pena descubir y verlos descubrir.
4. Para crear un vínculo con ellos.
5. Para enfrentar el desafío como una aventura compartida.
Y hacer de cada vacación, cada fin de semana, cada tarea escolar, cada limpieza de la casa, una aventura. Porque hasta preparar el desayuno puede ser algo por lo que vale la pena vivir.
6. Para tener la oportunidad de preocuparse por su bienestar y educación.
7. Para hacer cosas grandes y pequeñas.
8. Para subirse al coche y salir a comer sándwiches en un bosque, o pescar, o conducir hasta la playa.
Al final, esos son los recuerdos que unen a las familias alrededor de la mesa de Navidad. Esas cenas deberían perder la solemnidad que ha terminado por convertirlas en pesadillas anuales.
9. Para enseñarles a andar en bicicleta
Y subirlos a un tren, y mirar películas en el autobús, y llevar al perro de la correa, y a usar patines, a ponerse un impermeable para no temer a la lluvia y a comer quesadillas junto a la carretera.
10. Porque vivir es bueno
Si no lo fuera ya todos nos habríamos arrojado de un puente. Pero aquí seguimos, a pesar de las campañas políticas, las campañas religiosas y las fiestas patronales (con sus malditos cuetes). Aquí seguimos porque hay más razones para quedarse que para irse. Y esas pueden ser también sus razones.
Tanto los beneficios reales como los imaginarios se basan en la presunción de que los hijos le devolverán a uno el favor de darles la vida, ya sea mediante su trabajo, su compañía o su memoria (ellos me recordarán cuando muera). En general, cualquier razón que implique obtener algún beneficio personal, una contraprestación o un servicio de los hijos, lo único que puede dar son padres decepcionados e hijos infelices.
Hay otras razones más difíciles de clasificar, pero ya me ocuparé de ellas. Tampoco me olvido de aquéllas que vinculan la paternidad y maternidad a una especie de determinismo, según el cual es egoísta no cumplir con un papel socialmente asignado.. es decir, "tener hijos porque toca".
Descartemos esas tonterías. La sociedad sufrirá por unos hijos mal educados o que crecen en ambientes enfermos, pero poco o nada hará para colaborar con su educación, mantenimiento y cuidados. La pareja nada le debe a la sociedad, ni a la opinión publica, así que tener hijos o no es una decisión privada.
En esa decisión también hay buenos motivos para tener hijos. Motivos generosos, que consideran lo beneficios que pueden traer más niños o niñas a la comunidad, o tienen claro lo mucho que una paternidad responsable puede hacer por la infancia.
Para encontrar esos buenos motivos, es necesario hacer un lado cualquier posible beneficio o retribución que uno espere recibir. Tener hijos se trata de dar, de entregar, de esforzarse. La paternidad o la maternidad no son el sentido ni el propósito de la vida, y salvo por momentos, breves y significativos lo único que puede esperarse son años de sacrificio. la ciencia lo ha demostrado y también que los adultos sin hijos están más satisfechos con su vida que los adultos con hijos. Ese apasionamiento de quienes dicen que la vida sólo tiene sentido con hijos me parece sospechoso.
Prefiero a quienes los tienen por motivos realistas, o los tienen simplemente sin necesidad de andar presionando a los demás para que también los tengan, . Que es en donde se manifiesta la auténtica generosidad. Fin del rollo; hay buenas razones para tener hijos y aquí van diez:
1. Porque la vida es bella.
Mientras haya un cielo azul salpicado de nubes, dorados amaneceres y atardeceres coloridos, mientras haya flores en el campo, nieve en las montañas, perros en los jardines, amigos en las calles, cómplices en las aulas y abrazos bajo la luna, este planeta será un buen lugar para vivir en él. Y vale la pena mostrárselo a más gente. Enseñarle a cuidarlo. Dejar que lo disfruten.
2. Porque se quiere y punto.
Sin presión social, para tener o no tener. Sin preguntas estúpidas (¿Quién te recordará cuando hayas muerto?), sin amenazas idiotas (Te arrepentirás cuando seas viejo), sin augurios de subnormales (ya cambiarás de opinión), sin sentencias imbéciles (eres/son unos egoístas).
Se pueden tener hijos para ver su cara cuando llegan los Reyes Magos, para comprarles la colección de Harry Potter, o Lemony Snicket, o lo que sea que les guste leer; para ver Peppa Pig o Phineas y Ferb; para subirse al ascensor y oprimir todos lo botones.
3. Para disfrutar la alegría de verlos crecer y descubrir el mundo.
Y descubrir esos pedazos de metal que se pegan a los imanes (y todos los juegos que se pueden inventar con eso) y las piedras pómez, y los mentos con Cocacola, los cohetes de cerillo, Zelda, Sabina, Bach, Janosh, Metallica, Morricone y Mancini. Hay montones de cosas que vale la pena descubir y verlos descubrir.
4. Para crear un vínculo con ellos.
Y ganarse su respeto, no imponerlo. Y ganarse la confianza, no exigirla. Y ganarse el amor, no reclamarlo ni suplicarlo. Y entablar con ellos esa amistad que es rara y distinta a la que se forma entre hermanos, o primos, o camaradas.
5. Para enfrentar el desafío como una aventura compartida.
Y hacer de cada vacación, cada fin de semana, cada tarea escolar, cada limpieza de la casa, una aventura. Porque hasta preparar el desayuno puede ser algo por lo que vale la pena vivir.
6. Para tener la oportunidad de preocuparse por su bienestar y educación.
Y al menos intentar hacer algo bueno en ellos: buenos ciudadanos, buenos habitantes del mundo. gente responsable, trabajadora y fuerte, que no crea que la vida es un parque de diversiones, pero tampoco que es una tragedia.
7. Para hacer cosas grandes y pequeñas.
Armar una casa para el perro, un palomar, una conejera... o hacer pompas de jabón, algodón de azúcar y malvaviscos con chocolate, manzanas con limón o pescados fritos. Hacer muchas cosas buenas y divertidas y apagar la tele para siempre (bueno, no para siempre mientras exista BBC).
8. Para subirse al coche y salir a comer sándwiches en un bosque, o pescar, o conducir hasta la playa.
Al final, esos son los recuerdos que unen a las familias alrededor de la mesa de Navidad. Esas cenas deberían perder la solemnidad que ha terminado por convertirlas en pesadillas anuales.
9. Para enseñarles a andar en bicicleta
Y subirlos a un tren, y mirar películas en el autobús, y llevar al perro de la correa, y a usar patines, a ponerse un impermeable para no temer a la lluvia y a comer quesadillas junto a la carretera.
10. Porque vivir es bueno
Si no lo fuera ya todos nos habríamos arrojado de un puente. Pero aquí seguimos, a pesar de las campañas políticas, las campañas religiosas y las fiestas patronales (con sus malditos cuetes). Aquí seguimos porque hay más razones para quedarse que para irse. Y esas pueden ser también sus razones.
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